La microbiología y las balas
mágicas.
El desarrollo de los agentes terapéuticos
ha tenido mayor impacto sobre la medicina clínica, que ningún
otro descubrimiento. Aunque anteriormente se habían usado
varios agentes químicos, los avances reales en el trabajo
con agentes quimioterapéuticos se iniciaron con el científico
alemán Paul Erlich. Al comienzo de los años 1900,
Erlich desarrolló el concepto de toxicidad selectiva.
Empezó su trabajo estudiando la tinción
de los microorganismos y observó que algunos colorantes teñían
a los microorganismos pero no a los tejidos animales. Asumió
que si un colorante no tiñe un tejido, las moléculas
del colorante no son capaces de combinarse con los componentes de
la célula. Luego hizo el razonamiento de que si ese colorante
tuviese propiedades tóxicas, no afectaría a las células
animales porque no podría combinarse con ellas, pero debería
atacar a las células microbianas. En un animal infectado,
las sustancias químicas se comportarían por tanto
como "balas mágicas", "golpeando" al
patógeno pero sin alcanzar al hospedador. Erlich procedió
a ensayar la selectividad de una gran varieiad de productos químicos
y descubrió los primeros agentes quimioterapéuticos,
de los cuales el Salvarsan, para el tratamiento de la sífilis,
fue el más famoso.
Sin embargo, no se descubrieron agentes que afectasen
a la gran mayoría de los microorganismos patógenos,
hasta que en los años 1930 Domagk descubrió las sulfas.
El descubrimiento de las sulfas se produjo mediante un rastreo a
gran escala de productos químicos, buscando actividad contra
las enfermedades infecciosas en animales de experimentación.
En la Compañía Química Bayer, en Alemania,
Domagk ensayó una gran variedad e productos químicos
orgánicos de síntesis, principalmente colorantes,
en busca de su capacidad para curar las infecciones estreptocócicas
en ratones.
El primer producto activo fue el Prontosil que era activo en los
ratones, pero no tenía actividad frente a los estreptococos
crecidos en el tubo de ensayo. Domagk descubrió que, en el
cuerpo del animal, el Prontosil se degradaba a sulfanilamida que
de hecho era el agente activo. Fue posible embarcarse en un programa
de síntesis basado en la estructura de la sulfonamida, que
proporcionó un gran número de medicamentos activos.
D. D. Woods, en Inglaterra, mostró luego
que el ácido p-aminobenzoico contrarrestaba específicamente
la acción de la sulfanilamida y mostró también
que los estreptococos requerían ácido p-aminobenzoico
para crecer. Esto condujo al concepto de análogo de factor
de crecimiento, que permitió a los químicos proseguir
la síntesis de una gran variedad de agentes quimioterapéuticos.
A pesar de los éxitos de las sulfas, la mayoría de
las enfermedades infecciosas no estaban todavía bajo control
químico. El descubrimiento del primer antibiótico,
la penicilina, por Alexander Fleming, un médico escocés
dedicado a la investigación en el Hospital St. Mary de Londres,
hizo ver a los investigadores cuál era la direccion correcta.
La primera publicación de Fleming sobre la penicilina, aparecida
en 1929, empieza de este modo:
Mientras trabajaba con variantes de estafilococos abandoné
sobre la mesa del laboratorio una serie de placas de cultivo y las
fui examinando de vez en cuando. Para examinarlas, estas placas
se exponían necesariamente al aire y se contaminaron con
una variedad de microorganismos. Observé que alrededor de
una gran colonia de un hongo contaminante, las colonias de estafilococos
se hacían transparentes y obviamente estaban sufriendo una
lisis. Se hicieron resiembras de este hongo y se realizaron experimentos
encaminados a comprobar las propiedades de la sustancia bacteriolítica
que evidentemente se había formado en el cultivo del hongo
y que había difundido al medio circundante.
Fleming caracterizó el producto y, como lo producía
un hongo del género Penicillium, le dio el nombre de penicilina.
Su trabajo, sin embargo, no incluyó un proceso para la producción
en gran escala, ni demostró que la penicilina era efectiva
para el tratamiento de enfermedades infecciosas. Esto lo hizo un
grupo de científicos británicos que trabajaban en
1939 en la Universidad de Oxford, encabezados por Howard Florey,
motivados en parte por la inminente II Guerra Mundial, y el conocimiento
de que las enfermedades infecciosas eran la causa principal de muerte
entre los soldados en el campo de batalla. Florey y sus colegas
desarrollaron métodos para el análisis y ensayo de
la penicilina y para su producción en grandes cantidades.
Luego, procedieron a ensayar la penicilina frenta a infecciones
bacterianas en seres humanos. La penicilina resultó ser espectacular-mente
efectiva para controlar las infecciones por estafilococos y neumococos
y era más efectiva que las sulfas frente a los estreptococos.
Con la eficacia de la penicilina demostrada y la guerra en Europa
haciéndose cada vez más intensa, en 1941, Florey llevó
a los Estados Unidos cultivos del hongo productor de la penicilina.
Persuadió al gobierno de USA para que crease un programa
de investigación a gran escala que condujo a un gran esfuerzo
conjunto de la industria farmacéutica, el Deparatamento de
Agricultura de USA en su laboratorio de Peona, Illinois y de varias
universidades. Al final de la II Guerra Mundial, se disponía
de grandes cantidades de penicilina, tanto para uso militar como
civil.
En cuanto se acabó la guerra, las compañías
farmacéuticas entraron en la producción de penicilina
de forma competitiva y comenzaron a buscar otros antibióticos.
El éxito fue rápido y espectacular y el impacto sobre
la medicina, casi fenomenal. La mortalidad de los recién
nacidos y la mortalidad infantil se han reducido enormemente y muchas
enfermedades que tenían tasas altas de mortalidad, son ahora
poco más que curiosidades médicas.
© Mifarmacia.es. Departamento de contenidos
Guillermo García de Tiedra.
Farmacéutico comunitario.
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